miércoles, 27 de julio de 2011

El azul de tu alma.


Me encontraba sentado en el suelo de un cuarto cuyas altas paredes se mostraban de un color azul no muy fuerte pero tampoco muy claro, era un tono que no molestaba la vista, que simplemente te dejaba verlo y sentir cualquier cosa que tu mente decidiera. En fin, mientras estaba ahí de las cuatro esquinas del cuarto entraban unos delgados ases de luz que coincidían en el centro de la habitación formando un pequeño círculo luminoso, parecía luz solar pero no calentaba tal cual. Yo miraba fijamente ese círculo pero nada pasaba, sólo estaba ahí, inerte sin movimiento, llevaba horas viéndolo y no había ninguna reacción. A mi lado aparecieron unas hojas que brillaban por tanta blancura, aquél papel estaba listo para ser pintado pero no tenía con que, si sólo tuviera un lápiz o una pluma, pensé y de pronto sentí algo al otro lado de mí. Un pequeño lápiz, desgastado, sin borrador, una punta muy corta pero parecía servir así que lo tomé junto con una hoja y comencé a escribir un montón de palabras que pasaban por mi mente sin ninguna coherencia. Así llené dos hojas por sus dos lados, era una escena extraña, estar recargado a esa pared y simplemente estar escribiendo palabra tras palabra sin ninguna idea de lo que estaba haciendo, era como si aquel lápiz tuviera vida propia y estuviera manipulando mi mano. Un poco antes de terminar la tercera y última hoja me detuve, sin más, no supe que más escribir, mi mente se había vaciado por completo y ahora solo había una nube negra entre la mente y mis ojos, mi vista se nubló por un momento y sólo pude cerrar los ojos, las demás partes de mi cuerpo no me respondían, intenté tanto que me cansé y como había cerrado mis ojos mi cuerpo de pronto encontró descanso y me dormí sin pensar más. No sé cuánto tiempo pasé inconsciente o dormido pero al momento que desperté no me encontraba en aquél cuarto azul, ya no estaba entre esas cuatro paredes y el círculo luminoso había desaparecido. Ahora era todo diferente ese azul prevalecía pero en el cielo y éste contrastaba con el verde pasto del campo que pisaba, me sentía tan confundido no sabía si soñaba o si era en verdad, ni siquiera entendía como había llegado a aquel cuarto azul pero ahora lo que pasaba por mi mente era ese gran paisaje, un horizonte bellísimo lleno de color, montañas en el horizonte que podían tapar el Sol en gran parte. Era feliz, me sentía en paz, a gusto con el lugar y conmigo mismo pero seguía incrédulo, con una incertidumbre porque no entendía lo que estaba pasando. Escuchaba música en el ambiente, un conjunto de violines y un piano hacían que mi mente se perdiera de pronto en una armonía maravillosa, algunos creyentes dirían que estaba en el paraíso del que tanto se habla en la religión. Cuando decidí enfocarme en lo que veía comencé a caminar a tratar de reconocer el campo y buscar alguna señal de vida pero eso nunca sucedió, estaba solo y no sabía qué hacer. Intenté calmarme y seguir avanzando, conocer el lugar, acoplarme. Corrió una fuerte ventisca que pude soportar gracias a que un gran árbol me dio algo de cobijo, fue un instante para que después volviera la calma. Frente a mí, a unos cuantos metros de distancia observé un resplandor y corrí  a ver de lo que se trataba y fue tal mi sorpresa que me paré inmediatamente. Eran las hojas en las cuales había escrito todas esas palabras cuando me encontraba en el cuarto azul, seguían igual, muy blancas pero con aquellas palabras escritas a lápiz. Al momento que las tomé, las palabras comenzaron a moverse de un lado para otro, de arriba hacia abajo y algunas en círculos; solté las hojas y me aparté, la verdad es que me había asustado al ver eso, no es algo que pasara muy a menudo con las hojas normales. Pensé que en la situación tan extraña en la que me encontraba unas cuantas hojas no me podrían hacer daño así que me acerqué nuevamente y las tomé. Algo increíble había pasado, las palabras que había escrito previamente se habían movido de tal manera que se dibujó un rostro, el de una mujer para ser exacto, podría describirla pero perdería el encanto que posee. El grafito del lápiz dejó de verse gris para transformarse en un azul oscuro, casi negro y aquella fémina que parecía verme directo a los ojos me cautivó y no pude dejar de mirarla. Las hojas se tornaron en un azul más claro que permitían diferenciar la imagen del fondo. Mientras veía incrédulo aquellos pedazos de papel un estrepitoso trueno retumbó en el cielo y la lluvia no esperó más tiempo y comenzó a mojar todo a su alcance, yo, parado en medio de la nada, sin ningún refugio cercano decidí sentarme en el pasto y esperar a que la lluvia terminase su cometido, sólo que no tuve tiempo para ver eso ya que mientras más agua caía sobre mí, vi como me iba disipando, las hojas que tenían en mi mano se fueron deshaciendo como si les hubiesen prendido fuego y mi cuerpo fue filtrándose en la tierra como si la estuviese fertilizando, no podía hacer nada, me sentí atrapado pero siempre tranquilo, entre más entraba en la tierra mi corazón latía más lentamente, llegó un momento en que sólo pude ver como mi vista se oscurecía y no supe más. Abrí mis ojos, todo era normal, estaba en mi cuarto, sentado en la cama y con una foto tuya entre mis manos. Me quedé callado unos segundos y comprendí totalmente. Tu foto, ese rostro que vi formado por letras, me había transportado hacia otra dimensión, a otro mundo sin duda pero no sabía a dónde exactamente. Dejé la fotografía a un lado y me percaté que al reverso de ella decía “La reflexión es el ojo del alma” y fue ahí cuando todo se aclaró para mí. Era tu alma, aquellos lugares, el cuarto azul, el campo verde, la lluvia, el hermoso paisaje, el pacífico cielo, la poderosa tierra que me había tragado; eras tú en todas tus facetas, en todos tus colores, pero sobre todo, en el azul, tan engañoso a veces, tan serio pero a la vez tan alegre. Había estado en un viaje que me hizo conocerte un poco más, me hizo ver el azul de tu alma. 

Fernández.

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